En el artículo anterior escribí que la historia nos dice que a las mujeres también se nos ha quitado la libertad de expresar nuestras emociones con libertad, hasta que lo hacemos consciente y decidimos de forma responsable hacernos cargo de nuestra salud emocional, como parte integral de nuestra salud en general.
Muchísimas veces me quedo en silencio cuando escucho frases como, “es que las mujeres son tan emocionales” (donde algunas además nos apropiamos de la frase). Y definitivamente se circunscribe muchísimo a esa opción que se nos transmitió de pequeñas que tenemos “más libertad de llorar en público” que los hombres. Y en realidad todas las personas contamos en nuestra vida con una plataforma emocional de la cual surgen todas nuestras decisiones y comportamientos, que pasan también por creencias y pensamientos. Las personas somos fisiológicamente y químicamente emocionales y eso no está mal. Lo que no es útil es tener acceso siempre a las mismas emociones que nos restan bienestar.
¡Y se vuelve tan rico y al mismo tiempo tan complejo colocar sobre el escenario cómo las emociones nos restan bienestar o nos potencian! Porque no es solamente conocer que las emociones son una respuesta adaptativa del organismo. Sino que en el caso que actualmente nos convoca, las emociones están cargadas de significados y de sentidos otorgados en los diferentes contextos socio históricos y que podemos decir que estarían articulados en tres dimensiones. Esto definitivamente trae repercusiones sobre las diferentes funciones y roles que las mujeres asumimos laboralmente.
Las emociones cumplen según algunos estándares sociales con una dimensión normativa. O sea, que a las emociones se les aplica esas normas sociales y terminan siendo una forma de control social que nos indica de qué manera debemos sentir y cuál es la emoción adecuada de acuerdo al contexto.
La dimensión expresiva, que nos marca el camino y nos dice que de acuerdo a las normas sociales, qué intensidad, duración y vía pueden llevar las emociones que experimentamos.
Y finamente cumplen con una dimensión política, la cual curiosamente legitima la expresión emocional dentro de parámetros clínicos porque se cataloga como expresión normal o no, por lo que se nos dice qué es permitido sentir y que no, dependiendo del lugar en el que estemos socio políticamente hablando.
Así las cosas, hemos aprendido que dependiendo del lugar y del rol que ejercemos, la expresión emocional requiere de un aprendizaje de proceso de “control de las emociones”, (léase “reprimir”) de su expresión verbal y no verbal para poder acceder a la comprensión que esperamos que el otro observe.
Entonces, dado que las emociones nos hablan de quienes somos, de cómo nos sentimos, de cómo percibimos y nos representamos las circunstancias en nuestro día a día, y teniendo claridad de que las emociones no son buenas ni malas, si no que depende de la valoración que hacemos de la experiencia, así vamos a responder emocionalmente. Y por diferentes circunstancias hombres y mujeres percibimos, respondemos y gestionamos de manera diferente aún y cuando las emociones que experimentamos son las mismas. Entonces, la forma en la que percibimos las circunstancias y la vida emocional está atravesada por la influencia del género.
Desde la perspectiva de género entonces, las mujeres reprimimos más el enojo, porque estamos educadas hacia la sumisión, a que somos débiles si nos permitimos expresar lo que nos duele. Generalmente orientadas a las necesidades de los demás, dejando las nuestras de lado. Nos cuesta decir que no, porque no hemos aprendido a poner límites. Y el enojo es precisamente una señal de que alguien o algo está sobrepasando esos límites y no sabemos de qué manera gestionarlo y resolverlo, dando cabida muchas veces a la somatización. Resultado este último, que es totalmente inconsciente.
Por otro lado, las mujeres tendemos a estar más conectadas con la tristeza y con eso tapamos nuestros enojos y rabias. Y esa tristeza mal gestionada nos impide que encontremos la causa de nuestras emociones, sensaciones y dolencias físicas. Lo cual, al no darnos los permisos que requerimos de sentir, expresar y gestionar, tiene relación directa con nuestro desempeño laboral, relaciones interpersonales y conmigo misma.
La intención de este artículo es que podamos ver, que no solamente se trata de un proceso socio-cultural en el que hemos estado atrapadas por mucho tiempo, si no, que depende de nosotras y de las acciones que empecemos a tomar y accionar en función de una salud emocional, que nos abra el camino a sentirnos más cerca de nosotras mismas y podamos ser modelos a seguir en torno a la salud integral. Siendo protagonistas conscientes, viéndonos reflejadas en la piel de las otras y observándonos hacia adentro, es que podemos darnos cuenta que a partir de ahí podemos desarmarnos y rearmarnos, deconstruirnos y reconstruirnos bajo una nueva luz, bajo una nueva forma de ser auténticas, de aceptarnos con todas nuestras vulnerabilidades, y tener de frente nuestras emociones y poder decir: “yo elijo ejercer mi inteligencia emocional ahora y eso me potencia como Mujer”.
Este articulo ha sido desarrollado en alianza con HOLA EMOCIONES: desde Hola Emociones, Zamaris Jaén, Psicóloga Master en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona, trabaja en la importancia de las emociones para el bienestar de las personas, generando espacios para conversar y aprender a identificarlas y gestionarlas de la manera más constructiva y saludable.
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